Cardados, Mallas y Carmín

Ayer me hubiera gustado viajar en el tiempo hacia atrás. Sería 9 de febrero de 1980 y estaría en la Universidad Politécnica de Madrid. Estaría esperado con ansia el concierto que marcó el final de una época oscura y el inicio de una época brillante. No me refiero a brillante por su gran calidad, sino porque la purpurina y las lentejuelas fueron uno de sus sellos de identidad.

En este concierto hubiera soportado a Alaska insultándome, a Nacha Pop cantándome “La chica de ayer” o a Mamá recordando a su “niña del metro”.

Y es que hace treinta años se celebró el concierto que dio comienzo a “La Movida Madrileña”. Alaska y los Pegamoides, Mamá, Tos, Mermelada, Paraíso o Nacha Pop, entre otros, se subieron al escenario para homenajear a “Canito”, el batería de Tos fallecido en un accidente de tráfico. Tos era el grupo en el que empezaron Los hermanos Urquijo y que después cambió su nombre por Los Secretos.

Todos los grupos que actuaron en este homenaje tuvieron mucha suerte, al mes tenían contracto con discográficas; y eso que no era música de buena calidad, sin embargo, eran jóvenes con ganas de cambiar las cosas y de divertirse. Eran chavales que creían en la democracia e iban a disfrutar de ella.

No era raro encontrarse con estos artistas por Malasaña. Nacha Pop incluso incluyó en su canción más famosa al Pentagrama, uno de los bares más míticos de ésta zona de marcha madrileña.

Su forma de vestir era odiada por muchos. Sin embargo sólo tenemos que salir a la calle y ver la influencia que ha dejado en nosotros. Han vuelto las hombreras, el leopardo, las mallas (aunque ahora lo llamamos leggins) y los pantalones rotos.

Muchos grupos de ahora intentan imitar a los grupos de entonces. El pop nunca será lo mismo después de la revolución ochentera.

Yo sigo cantando “Déjame”, sigo “bailando” como Alaska, recorriendo los bares de Malasaña y aún veo películas de Almodóvar.

Quiero ser una ochentera.

Y vivir en los ochenta, claro.